El negro es el principio de todo, el punto cero, la silueta. Primero viene el continente y después el contenido. Sin sus sombras, ssu relieve y su ayuda sería como si los demás colores no existieran. Al mismo tiempo, es la suma de todos los colores. Es voluble, cambiante, nunca es igual. Existe una gran variedad de tonos negros: el negro suave de las transparencias, el negro apagado y triste de los crespones de luto, el negro noble e intenso del terciopelo, el negro riquísimo del tafetán o la fuerza de la seda (faya), el negro resbaladizo del satén, el negro alegre y oficial del charol... El negro hace que la lana parezca carbón, da la algodón un aire rústico, y confiere a los nuevos tejidos un toque travieso.
La nieve me resulta algo ajeno, no me gusta la leche y las novias de mis desfiles llevan siempre trajes multicolor. Sólo tolero el blanco en las deslumbrantes casas encaladas del os países mediterráneos. Me hipnotizan los tonos rojos y dorados. Se dice que éstos, junto al negro, son los colores de la locura. No en vano el director Ingmar Bergman filmó un piso totalmente pintado de rojo en Gritos y Susurros. Hay que decir que el negro es el auténtico pilar del sur, una presencia tranquilizadora, algo visible: ya he hablado de los sutiles matices que pueden dársele al negro, como en los cuadros de Fran Hals o Velázquez, de los hábitos de las monjas arlesianas de mi infancia, a los que el sol arrancaba destellos diversos. Incluso me atrevería a afirmar que el negro tiene un aroma propio que los otros colores hacen desaparecer bajo el sol. Se puede decir los mismo del negro de los toros, que tantos adjetivos poéticos arranca a la entusiasmada afición. Al contrario que el blanco, el negro puede penetrarse, tiene espesor, es voluptuoso, una pequeña mancha negra puede contener todo un mundo. Es casi imposible resistirse al guache que sale de un tubo, a la pintura acrílica color negro oscuro que resbala por el bote, a la tinta china que mancha el frasco o al negro en cualquier otro lugar. Vienen ganas de tocarlo, de extenderlo con grandes pinceladas o incluso con las manos. El negro es, al mismo tiempo, materia y color, luz y sombra, cuyo elogio definitivo cantó Barthes. El negro no es ni alegre ni triste. Es atractivo, elegante, perfecto e indispensable. Es tan difícil resistirse a él como a la noche. Los niños no deberían temerle ya que, aunque su misterio puede provocar miedo él mismo desvela sus secretos.
CHRISTIAN LACROIX
Me encanta ir vestida de negro riguroso (una vez llegaron a preguntarme si llevaba luto). Y no soy la única.
¿Alguna cucaracha más por ahí?