Cuando en una redacción de una revista de moda andan faltos de ideas para realizar un editorial, un artículo sobre fondo de armario, un bazar de complementos o el top ten de cosméticos que no deben faltar en un bolso recurren a una idea que pudo haber sido brillante en algún momento pero que de tanto manoseo hoy está completamente sobada y mate: el look para la oficina.
Y es que se da la curiosa paradoja de que estas revistas, habitualmente calificadas como femeninas y creadas en una gran mayoría por mujeres, creen erroneamente que todas sus lectoras son todas profesionales liberales, aunque no se olvidan de las secretarias, que se pasan las 8 horas que dedican al trabajo sentadas en una silla ergonómica y pisando moqueta y que lo único que desean es un look adaptable que consiga que simplemente añadiendo un collar del tamaño de una cadena para la bici de un gigante se vuelva chic para las copas del "after work".
Nunca se les ocurre pensar que puede que su lectora puede ser médico,
cajera de supermercado o dependienta de una panadería y hacer algo que se adapte mínimamente a sus necesidades. No existen. Son
invisibles. O lo serán hasta que Vogue Italia las reivindique con un
"Working Issue" al igual que hizo con las tallas grandes o las mujeres
negras.
Si las revistas de moda fuesen conscientes de su objetivo real como vendedores de un estilo de vida aspiracional esto podría no suponerme demasiado problema. Para mí el incomodo surge cuando tras leer los artículos que parecen estar por cubrir una cuota de solidaridad, responsabilidad feminista mal entendida y conciliación laboral y familiar de señoras ricas presidentas de multinacionales y con servicio doméstico te plantan uno de estos artículos comodín en plan Working Girl.
Porque si no es esta Working Girl